Cafetal Angerona

Imprimir
Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 
Valoración:
( 0 Rating )

Diosa Angerona

Las ruinas del viejo cafetal Angerona se yerguen por entre el verdor de la campiña cubana. Su dueño, un franco-alemán nombrado Cornelio Sausse (Sochay), le dio el máximo esplendor a esas tierras. Emigrante con ansias  de prosperidad, tomó el café como alternativa, luego de iniciar varios negocios con éxito en La Habana de 1807, adquiriendo estos terrenos en el año 1813,  por un precio de 14 mil pesos. Las tierras en que se funda el cafetal  La Angerona, pertenecían a Dña. Blasa María Bosmeniel, heredadas de su padre Dn. Juan Bautista Bosmeniel, situadas en el Realengo Cayajabos. Al comprar las primeras tierras,  solo había en ellas una casita de tejas planas y unos sembrados de caña de azúcar. En 1818, a cuatro años y medio de este hecho, ya había conseguido levantar el cafetal.

Las ruinas del viejo cafetal Angerona se yerguen por entre el verdor de la campiña cubana. Su dueño, un franco-alemán nombrado Cornelio Sausse (Sochay), le dio el máximo esplendor a esas tierras. Emigrante con ansias  de prosperidad, tomó el café como alternativa, luego de iniciar varios negocios con éxito en La Habana de 1807, adquiriendo estos terrenos en el año 1813,  por un precio de 14 mil pesos. Las tierras en que se funda el cafetal  La Angerona, pertenecían a Dña. Blasa María Bosmeniel, heredadas de su padre Dn. Juan Bautista Bosmeniel, situadas en el Realengo Cayajabos. Al comprar las primeras tierras,  solo había en ellas una casita de tejas planas y unos sembrados de caña de azúcar. En 1818, a cuatro años y medio de este hecho, ya había conseguido levantar el cafetal.

Cuando el alemán zarpó de Bremen en 1807, no imaginó que la atracción por la piel negra con aromas y fragancias de perfumes franceses, lo llevarían a un inusitado e inolvidable amor. Úrsula Lambert, una acaudalada, elegante haitiana, quien vino a estas tierras en el año 1822, exiliada después de la rebelión esclava en su país, fue quien le motivó para quedarse en Cuba tras su encuentro en las calles habaneras, pues ambos sintieron una atracción mucho más fuerte que la rigidez moral y el racismo imperantes en la Cuba colonial.  Fue Úrsula quien  nombró Angerona a la finca y la convirtieron en un maravilloso imperio cafetalero haitiano-alemán.

Se cuenta que hicieron producir sus 538 hectáreas de una manera tal que llegaron a sacarle 150 mil libras del preciado y aromático grano, tenía entonces, 250 000 cafetos, máquinas, fábricas, otras siembras, árboles frutales y animales, entre los árboles que tenía Angerona se encontraban jobos, llamaos, jocumas, cuajaníes, almácigos, yayas, dagames, macujíes, cedros, quiebrahachas, guásimas y reinando las palmas por doquier, no sólo las cuatro calles de la entrada a la casa de vivienda, testigos principales de todos los visitantes a este singular cafetal sino en diversos puntos de la propiedad. En 1837, 24 años después de fundado, el cafetal tenía casi 40 caballerías, 625 519 cafetos, 45 000 hoyos de plátanos, 200 árboles frutales, 1000 palmas paridoras, árboles de maderas preciosas y otros sembrados menores, entre ellos un pequeño cañaveral. El cafetal y sus instalaciones era atendido por 428 esclavos, sus esclavos gozaban de un trato preferencial, comparado con los inhumanos abusos que se cometía en otras fincas con otros similares traídos de África. Cuando Don Cornelio adquiere las primeras tierras, compró con ella los pocos esclavos de los anteriores dueños. Fue adquiriendo otros a medida que le resultaban necesarios para la construcción del las instalaciones fabriles, habitacionales y para la preparación de tierras, sembrado y cosechas, creando bases para el ulterior desarrollo del cafetal. En 1822 contaba ya con un total de 216, 208 destinados al trabajo en el campo y 8 para labores domésticas. En este cafetal no existía el clásico barracón. Don Cornelio había creado un poblado para los esclavos. Circundando una plaza central se levantaban 27 chozas de 17 metros cuadrados, con paredes de embarrado y techos de guano, separadas unas de otras por un espacio de dos metros divididas por una cerca de altas estacas (después fueron de hierro), en ellas vivían dos familias. En una esquina de este recinto se alzaba un torreón con una campana que tocaba a ciertas horas del día para avisar el comienzo de determinadas actividades. Existían en el poblado esclavo algunas áreas de uso común como duchas, sanitarios y una cocina. Completaban el conjunto habitaciones para el mayoral de esta área. Todo cerrado por un muro de piedras con una puerta de hierro. El Amo no permitía que los esclavos trabajaran de noche. En verano, por el día, les daba tres horas de descanso y en invierno, hora y media. Existían diseminados en la finca 30 cobertizos donde los esclavos podían guarecerse en caso de súbita lluvia. A las esclavas paridoras las premiaba, las eximía del trabajo en el campo, la hacienda les daba su manutención de por vida.

  Construyeron una sólida casa señorial de arquitectura ecléctica sobre una pequeña colina. Colocaron en la entrada, sobre un pedestal, la imagen latina de Angerona. Así el toque femenino y armonioso de Úrsula y el cuidado de la siembra bajo el orden perfecto de Souchay, aseguraron una prosperidad cada vez más creciente en el lugar, llegándose a convertir en el segundo cafetal más importante del país. El 13 de julio de 1837, el alemán enamorado del café y de la tierra cubana abandonó para siempre a su "roble de olor", nombre con el que firmaba sus documentos. A la muerte de Cornelio fueron tasados sus bienes en el cafetal. En esa fecha existían más de 35 instalaciones u objetos de obra. La muerte ensombreció su existencia y desde entonces ella llevó consigo, durante los siguientes 23 años que vivió, el dolor de esa pérdida. Los cementerios en los grandes cafetales e ingenios eran lugares alejados de la casa de vivienda y otras instalaciones, delimitados con cercas de piedras o alambres de púas para que no penetrasen los animales, tenían árboles para que diesen sombra. El de Angerona estaba situado pasando el río hacia la portada Norte. Estaba cercado con un muro de piedra seca, con algunos cipreses y pinos. En el cementerio se enterraban no solo familiares de los propietarios y esclavos del cafetal Angerona. En varias ocasiones tuvieron lugar enterramientos de vecinos que fallecían y a los cuales no era posible trasladar hasta San Marcos. En la parte de los esclavos, de 1845 a 1847, según se registra en documentos, se enterraron 224. Se supone que sean muchos más porque de 1813 a 1844 estaban registrados en Cayajabos, pero los libros de actas de defunciones de la Iglesia correspondientes al período entre los años 1895 y 1898 no se han encontrado. El esclavo de más edad enterrado allí fue Luis Souchay, gangá de 92 años en 1870. Hubo otros de 90, 80, 70 años; esto puede demostrar que la longevidad de los esclavos de Angerona se debía a que recibían mejor trato por parte de sus amos. El último descendiente de esclavo enterrado en Angerona fue Ignacio Souchay, el día 4 de Junio de 1887.

Cuando el monocultivo de la caña de azúcar comenzó a ganar terreno en la incipiente economía cubana, fue desplazando al café. El implacable tiempo y el olvido se adueñaron de cada rincón de Angerona y con ello, se fueron apagando los ecos y remembranzas del intenso amor entre Sochay y Úrsula.

La Comisión Nacional de Patrimonio declaró a esta joya monumento nacional, por su valor histórico, cultural y arquitectónico, el 31 de diciembre de 1981. Su custodia y restauración le fue encargada al Museo de Artemisa. En el 2005 fue estrenado el filme Roble de olor, basado en esta historia, con Jorge Perugorría en el papel de Sochay.  Angerona, la diosa romana con su figura delicadamente esculpida sobre mármol blanco de Carrara, guardiana de viejas columnas, paredes y romances, cuida cual sagrado templo una leyenda de amor con aroma de café.